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martes, 12 de agosto de 2014

DISTINTO

Un sudor frío recorrió su espalda, había parado en seco.
Llevaba tiempo caminando hacia esa luz verde del foro que había cautivado por completo sus sentidos. Pero el brillo se había apagado.
Pestañeó varias veces y la sensibilidad en sus ojos le obligó a cerrarlos durante unos segundos.
Respiró profundo, llenó sus pulmones de oxígeno y se decidió a observar lo que tanto tiempo había pasado por alto.
Todo empezó a recordarle a las cosas que ya había visto, los olores que antes le habían inundado.
Pero nada era igual a como una vez había sido.
Miró sus manos, estaban vacías. Aún así parecían preciosas, hasta entonces no se había percatado de la luz que desprendían.
Se las llevó a la cara y recorrió palmo a palmo cada centímetro, era una cara ajena aunque conservaba rasgos de un pasado que no recordaba cuándo le había dejado.
Una vez terminadas las presentaciones consigo mismo se atrevió a mirar a su alrededor con mayor detenimiento.
Pero nada era igual a como una vez había sido.
Mientras había caminado cegado por la luz, su entorno había corrido en todas direcciones.
La sensación de soledad se apoderó de él. Un miedo doloroso trepaba por sus piernas, le iba apresando.
Por un
segundo pensó en dar la vuelta y echar a correr pero al mirar atrás no vió más que la nada.
El pasado no estaba para ayudarle, sólo estaba él frente a lo desconocido.
El sudor frío tomó forma de río y brotó de sus ojos.
Ahora todo estaba borroso y eso le asustó aún más.
Entonces sus manos cobraron vida propia, se elevaron y recogieron cada gota de sus mejillas hasta que el manantial quedó seco.
El vacío que sentía comenzó a llenarse de sueños que creía olvidados, de ilusiones que la luz del foro había eclipsado.
Y de su boca brotó una gran sonrisa que con fuerza atrapó al miedo y lo hizo caer.
Acababa de descubrir que, aunque nada era igual a lo que una vez había sido, tenía sus manos y su sonrisa para seguir, que siempre habían estado ahí con él y que nunca le abandonarían.
El instinto le hizo buscar la luz del faro pero al apargarse había dejado al descubierto miles de caminos que se cruzaban y distanciaban.
No sabía cuál debía coger, no sabía que le esperaba al final de cada uno de ellos, no sabía qué encontraría recorriendo alguno de ellos... pero sabía que no tenía que estarse quieto, sabía que tenía que arriesgarse, sabía que no quería volver a sentirse vacío, sabía que debía echar a andar.



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